Siempre me había gustado vislumbrar las estrellas terrestres a lo lejos, en las montañas.
Imaginar la vida que había en cada una de ellas, sus pensamientos, su rutina, los sentimientos que embargaban su corazón inflándolo o aplastándolo.
Algunas de estas estrellas estaban conformadas por toda una familia, seguramente otras tantas estaban solitarias disfrutando o no de la ausencia.
Con el tiempo descubrí que las estrellas que antes veía tan lejanas, también podría observarlas cara a cara, aunque no estuvieran rodeadas por un halo luminoso y titilante. Al verles, podía preguntarme también qué clase de vida albergarían; a qué se debe la cicatriz en su rostro, en su cuerpo y la de su corazón que se refleja en sus ojos.
Qué les hace sonreír de forma repentina cuando ni siquiera están hablando con alguien. Cómo conocieron a la persona que los acompaña, que clase de relación y conversación tienen en determinado momento; ¿se aman? ¿se amarán de por vida? Cuál es su sueño más grande y qué les motiva a despertar todos los días.
Resulta que estaba sumergida desde siempre en un universo lleno de vidas luminosas por conocer. Que no era necesario mirar al horizonte para imaginar la vida dentro de la luz y que incluso podía dejarme tocar por la luz de cada una de las estrellas que pasaban a diario frente mis ojos, frente a mi vida.
25-jun-23